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martes, 1 de noviembre de 2011


VERÓNICA SAN MARTÍN, UN LOGRO DE LETICIA BREDICE Detrás del trajecito blanco impecable, del mentón siempre un poco más arriba de lo normal y de la mirada fría y penetrante, Verónica San Martín (el personaje revelador que compuso Leticia Bredice) representó la fragilidad de una mujer enferma, que quiso esconder su mente perturbada en el poder que le daba su clase social, su apellido y su dinero. La habilidad de la actriz constituyó en trabajar con la dualidad de su maldad. No interpretó una malvada que se obsesiona con su marido y lo quiere retener porque sí, porque está mal visto no tener esposo. A ella lo que la obsesionó fue su pasado, su enfermedad, esa historia de autoritarismo y abusos sexuales que casi, como una metáfora, escondió en un cuarto de su casa en el que sólo ella tenía las llaves.
Allí, sacaba de unas cajas a unas muñecas a las que quiso educar, con la misma violencia con la que la educaron a ella. Por eso, cada vez que Verónica quería impartir órdenes, era inevitable que no saliera desde las inflexiones de su voz, de sus caras desorbitadas y de su cuerpo chiquito que no sabía cómo ubicar; todo el miedo y la inseguridad de una vida que con ella no ha sido justa.

Leticia Bredice logró algo que pocas veces se podrá ver en televisión: que una asesina excéntrica, frívola y con un discurso fascista pueda generar empatía. ¿Cómo no comprender a esta mujer que dice que la única persona que la quiere es Armenia, su empleada doméstica? Verónica San Martín trascendió a Leticia Brédice: la gente le envió cuadros y dibujos y la actriz se los devolvió con uno propio. Y a esta altura, sus “muñecas feas, sucias e impúdicas” se volvieron diálogos memorables.

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